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Los angeles


LA IGLESIA DE ROMA incluye a los santos ángeles entre los objetos que se deben venerar o
adorar, y en apoyo de esta práctica aduce Mat. 18:10:
“Mirad no tengáis en poco a alguno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en
los cielos ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos."
Sin embargo, estas palabras de nuestro Señor no dicen que sean intercesores, que oran por
los niños que están a su cuidado en la tierra, ni dijo el Señor a sus discípulos que deberían adorar
a los ángeles de la guarda, o invocarlos en sus oraciones. El gran Intercesor por los niños ante el
trono de la gracia es el mismo Señor, como lo es también por nosotros. Hay que tener presente,
en relación con la invocación de los ángeles en la oración, que los mayores de ellos, aun los
mismos arcángeles, son seres creados, y el adorarles a ellos sería adorar a una criatura antes que
al Creador, que está sobre ellos y al que ellos bendicen para siempre (Rom. 1:25). Hacerlo así
sería pecado.
En Hebreos 1:14 se nos dice con toda claridad por qué los ángeles están en la presencia
de Dios: “¿No son todos (incluyendo los mayores) espíritus administradores, enviados para
servicio de los que serán herederos de salud?"
Los ángeles, por orden de Dios, van a ayudar a los creyentes en la tierra. Hay tantos casos
de ello tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento que solamente podemos mencionar
unos pocos.
Ayudaron a Lot a escapar de la destrucción de Sodoma (Gén. 19:1).
Ayudaron a Elías, cuando él, todo descorazonado, iba huyendo de Jezabel (1 Reyes Ig:5 y
7).
Libertaron a Eliseo del cerco de los ejércitos de Siria (2 Reyes 6:17).
Un ángel libró a Sadrach, Mesach y Abed-nego del horno de fuego (Dan. 3:28).
Dios mandó un ángel a tapar las bocas de los leones para que no hiciesen daño a Daniel,
que había sido arrojado en el foso (Dan. 6:22).
Un ángel sacó a los apóstoles de la cárcel de Jerusalén (Hechos 5:19).
Otro ángel hizo lo mismo con Pedro solo (Hechos 12:7).
Un ángel estuvo al lado de Pablo en la tormenta, para ayudarle y animarle (Hechos
27:23).
En cada uno de estos casos el ángel cumplió las órdenes de Dios; no se les invocó ni se
les adoró. Esto está en conformidad con otros dos pasajes en Apoc. 19:10 y 22:8, en los cuales se
prohibió a Juan que adorase al ángel, que le dijo: “Mira que no lo hagas: yo soy siervo contigo, y
con tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús: adora a Dios.”
En el Antiguo Testamento se hace referencia varias veces a la segunda persona de la
Trinidad como “El Angel del Señor"; como en Gén. 22:11, 12, donde le dice a Abraham: “No me
rehusaste tu hijo, tu único”; y una vez más en Exodo 3, donde “El Angel del Señor' (versículo 2)
es llamado Dios (vers. 4), y el mismo ángel dice: “Yo soy el Dios de tu padre” (vers. 6). No nos
debemos extrañar que a Moisés se le ordenara quitarse los zapatos allí, porque el suelo que
pisaba era santo. Dios estaba allí.
Cuando el ángel Gabriel se apareció a Daniel, el profeta cayó sobre su rostro, lleno de
temor y adormecido, pero el ángel le tocó y le puso en pie (Dan. 8:18). Lo mismo aconteció en
Daniel 10:11 y 12. Daniel no le adoró, sino que estuvo allí para oír. Si Daniel no adoró al
arcángel Gabriel, cuánto menos debemos nosotros adorar a seres angélicos inferiores. La realidad
es que se nos prohibe terminantemente hacerlo así:
“Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, metiéndose
en lo que no ha visto, vanamente hinchado en el sentido de su propia carne, y no teniendo la
cabeza (Cristo), de la cual todo el cuerpo (la iglesia, Efe. 1:22, 23), Alimentado y conjunto por
las ligaduras y conjunturas, crece en aumento de Dios” (Col. 2:18, 19).

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