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La eucaristia parte 2


ROMA YERRA RADICALMENTE no solamente en cuanto al significado de le eucaristía, sino
también en cuanto a la manera de administrarla, haciendo caso omiso del ejemplo y del mandato
del Señor.
1. Insiste en que la comunión debe tomarse en ayunas, en forma que, según las normas
vigentes, no debe pasar cosa sólida por los labios durante las tres horas anteriores a la comunión,
aunque este tiempo puede reducirse si se trata de líquidos. Para la comunión matutina el
comulgante debe estar en ayunas desde la media noche, y se dice que esto debe hacerse por
reverencia a nuestro Señor, citándose a este propósito las palabras de San Agustín:
“Ha sido la voluntad del Espíritu Santo que, en honor a tan gran sacramento, lo primero
que pase por los labios del cristiano antes de cualquier alimento sea el cuerpo del Señor, y por
esta razón se observa esta costumbre en todo el mundo.”
Pero ¿cómo o cuándo instituyó el Señor la santa comunión? No se halla mandato alguno
acerca del tiempo, y a la verdad nuestro Señor no trató de poner trabas a sus discípulos en este
particular. Sin embargo, subsiste el hecho de que él instituyó esta fiesta en la noche, porque “la
noche que fue entregado, tomó pan” (I Cor. 11:23). Además, todos los relatos de los evangelios y
de I Cor. 11 demuestran claramente que el dio gracias y tomó el pan, después de haber cenado,
de modo que es absolutamente cierto que los discípulos no tomaron el pan y el vino en ayunas.
Toda la idea de tomar la comunión en ayunas se basa en la doctrina de la transubstanciación, en
la que están envueltos los verdaderos cuerpo y sangre. El tomar la comunión en ayunas es una
superstición romana, a pesar de lo que digan San Agustín y los concilios de la iglesia.
2. El vino lo toma solamente el sacerdote que celebra. Los creyentes laicos, y aun los
mismos sacerdotes que no celebran, toman el sacramento bajo una sola especie, es decir, reciben
solamente el pan. Se dan para ello varias razones, pero son tan infantiles que más parecen
excusas que razones, y bien pobres, por cierto.
Se nos dice en primer lugar que no existe mandato alguno para que los cristianos
ordinarios tomen el vino, y que al tiempo de la institución de esta ordenanza se hallaban
presentes sólo los apóstoles. Muy cierto, pero también lo es que no se hallaban presentes más que
los apóstoles cuando tomó el pan y dijo: “Tomad, comed, este es mi cuerpo,” de modo que
solamente los apóstoles deberían participar del pan. Lo que es válido en un caso es válido
también en el otro, pero ni Roma sugiere que debe privarse del pan a los fieles. Es evidente que
los apóstoles no se encontraban allí en su capacidad oficial de apóstoles, sino de discípulos
privados, representándonos a nosotros, y que el mandato relacionado con la copa: “Bebed de ella
todos,” es la ordenanza a todo verdadero discípulo para que participe del pan y del vino en
memoria de su cuerpo roto y de su sangre derramada.
La segunda razón que se aduce es que no es necesario participar de los dos elementos,
puesto que después de la consagración se encuentran en ambos todo Cristo con su cuerpo y
sangre, su humanidad y su divinidad, y participando del uno se participa de todo Cristo, y esto
basta. Pero se ocurre preguntar, si esto es cierto con relación a los laicos, ¿por qué no lo es con
relación al sacerdote? Si tanto el cuerpo como la sangre se hallan en el pan, ¿por qué usó nuestro
Señor el pan y el vino? Roma se contradice a si misma, pues por una parte dice que el pan se
convierte en la verdadera carne, y por otra afirma que el pan es ambas cosas, el cuerpo y la
sangre. ¿Nos atendremos al dicto del Concilio de Trento: “Los laicos y los clérigos que no
celebran no están obligados por precepto divino a recibir el sacramento de la Eucaristía bajo las
dos especies, ni se puede en manera alguna dudar, sin ofender a la fe, que la comunión bajo una
sola especie es suficiente para su salvación,” u obedeceremos al precepto del Señor, participando
del pan y del vino, como él lo ordenó?
La tercera razón que se da es que hay peligro de que la sangre se derrame. Tal peligro no
existe, porque allí no hay sangre, sino vino solamente. Si el pan se convirtiera realmente en el
cuerpo del Señor, existiría el peligro de que las migas cayeran también al suelo.
La cuarta razón es que el vino no se conserva fácilmente. Se le ocurrirá a cualquiera
preguntar, ¿por qué así? o ¿por qué se ha de conservar? La respuesta a esta segunda pregunta se
halla naturalmente en que parte del pan se reserva después de la consagración para casos de
emergencia en la extrema unción, la que, como hemos visto ya, no tiene fundamento en las
Escrituras. La reservación condujo al culto de la hostia.
El beber todos del mismo cáliz puede conducir a la propagación de enfermedades. Tal
vez, y por eso muchas iglesias usan copas individuales para la comunión; pero no deja de ser
sorprendente que un argumento basado en los principios de higiene moderna se aplique a una
costumbre romanista que la misma Roma conecta con el Concilio de Constanza en el año 1414.
3. La iglesia católico-romana se aparta del sacramento, según lo instituyó nuestro Señor,
de una tercera manera. Es absolutamente cierto que el pan que usó nuestro Señor en la pascua era
pan ordinario; sin embargo, Roma, que en algunas cosas pone tanto énfasis en la exactitud de las
cosas externas, prepara hostias especiales para la comunión, que deben tener un tamaño y forma
determinados. De nuestro Señor se nos dice que “partió el pan,” lo que indica en realidad que el
pan de la pascua tenía cierto tamaño, y no se trataba de una hostia.
4. El comulgante no debe tocar el pan. El sacerdote lo coloca en su lengua; y se le enseña
que no muerda la hostia, sino que la deje disolver en la boca. Nuestro Señor dijo: “Tomad,” lo
que indica que se debía tener en las manos, y también dijo: “Comed,” lo que quiere decir que se
debía masticar.

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