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El rosario


LAS ORACIONES Y PLEGARIAS dirigidas en parte a Dios, pero con más frecuencia a la
Virgen María, deben repetirse indefinidamente, según el concepto católico-romano de la oración.
El rosario es una combinación de estas cortas oraciones con la meditación. Es decir que, mientras
los labios musitan las palabras, la mente debe estar ocupada con lo que llaman los “misterios,”
que son los principales hechos de la vida de Cristo y de la Virgen María. Estos están dispuestos
en tres grupos;
Los misterios gozosos: la Anunciación, la Visitación, la Natividad, la Presentación y el
Encuentro del Niño en el templo.
Los misterios dolorosos: la Agonía en el Huerto, los Azotes, la Coronación de Espinas, la
Cruz a Cuestas y la Crucifixión.
Los misterios gloriosos: la Resurrección, la Ascensión, la Venida del Espíritu Santo, la
Asunción de la Virgen María y su Coronación.
Las tres oraciones esenciales que se deben recitar son el Padre Nuestro, el Ave María y el
Gloria Patri. Primeramente se reza el Credo, santiguándose en la frente y en el pecho, a
continuación el Padre Nuestro, al que siguen diez Ave Marías y un Gloria. Si se quiere, se
pueden añadir otras oraciones. Para ayudarse a contar estas oraciones se usa una cadenita de
bolitas engarzadas, que también se llama rosario. Antes de que existiera la iglesia católicoromana
estas bolitas eran usadas constantemente para recitar sus oraciones por los budistas en el
Lejano Oriente, los brahmanes en la India, los lamas en el Tibet, los antiguos paganos de Roma,
los habitantes de Efeso en su culto a Diana (Hechos 19:28), y aun los mahometanos lo hacen hoy
día al repetir el nombre de Ala. El rosario que usa el creyente católico ordinario se compone de
cincuenta bolitas, divididas en grupos de diez que se llaman “decenas,” que están separadas por
cinco bolas un poco más grandes que se llaman “padres,” porque se tienen entre los dedos
mientras se recita el Padre Nuestro. Las siguientes diez bolitas se tienen en los dedos y se va
pasando una a una a medida que se va diciendo un Ave María. Después de cada “decena” se
recita un Gloria. Mientras se hace esto, la mente debe estar fija en el primer Misterio, la
Natividad, y así se debe continuar hasta que se han dicho todas las oraciones de los quince
misterios, o sea un total de ciento ochenta oraciones, sin contar las oraciones extra. Todo ello
lleva entre una y dos horas, pero este tiempo puede dividirse en varios períodos. Las bolitas
deben ser bendecidas por el sacerdote antes de ser usadas, y aunque el rosario se puede rezar en
cualquier ocasión, sus oraciones tienen especial eficacia cuando se dicen delante del santísimo
sacramento. Como es natural, el propósito de estas oraciones es la acumulación de mérito para
asegurar las indulgencias. En la página 7 de “The Holy Rosary” (El Santo Rosario) leemos:
“Conviene que cada vez que se dice el rosario se haga una intención general de ganar todas las
indulgencias posibles,” y a continuación se pone una lista de seis diferentes indulgencias que se
pueden ganar durante todo el año y otras cuatro especiales que se pueden ganar durante el mes de
Octubre, A éstas se pueden agregar las que se obtienen haciéndose socio de la Confraternidad del
Santo Rosario. En capítulos precedentes nos hemos ocupado de los sofismas acerca del mérito,
mérito-extra e indulgencias. Baste añadir aquí que la recitación con las cuentas del rosario no
tiene lugar en las enseñanzas de nuestro Señor o de los apóstoles, y que esta práctica se opone
directa mente al mandato de nuestro Señor, de modo que el orar en esta forma no sólo no tiene
mérito, sino que irroga una ofensa al mismo Señor. El dijo: “Orando, no seáis prolijos, como los
gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos”
(Mat. 6:7, 8). No es necesario decir que con este aviso no se pretendió impedir que el pueblo
pasase tiempo en oración verdadera a Dios. Fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios”
(Lucas 6:12). Ni siquiera prohibía que se repitiesen las mismas palabras, como hizo nuestro
Señor en el huerto de Getsemaní (Mat. 26, 29, 42 y 44), cuando expresan un deseo hondamente
sentido en el corazón. Pablo (2 Cor. 12:8), la mujer cananea (Mat. 15:21), y Salomón (I Reyes
8:30, 34, 36, 39, 43, 45 y 49) todos ellos repitieron sus oraciones, pero no eran repeticiones
vanas. El usar las bolillas para contar un número determinado de veces las repeticiones es algo
mecánico, que carece por completo de la verdadera naturaleza de la oración, que es la de un
súbdito para con su rey o de un hijo para con su padre. Las repeticiones del rosario no tienen
lugar en esta clase de oración para acercarnos a Dios, como Rey de reyes, o como Padre nuestro
en Cristo Jesús. La verdadera oración debe hacerse “en el Espíritu” (Efe. 6:18), no de una
manera mecánica. Además, la repetición de oraciones fijas en el rosario produce un estado de
;mínimo que considera como esencial únicamente el acto externo. Nosotros no hacemos cierto
número de repeticiones, ni contamos su número con un rosario, cuando hacemos alguna petición
a un hombre. Mucho menos lo debemos hacer cuando oramos a Dios.

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