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El ayuno


LA PRACTICA del ayuno regular en la iglesia cristiana data de fines del siglo segundo, antes de
que se estableciera el papado. Entonces se observaba el ayuno semanal, pero era completamente
voluntario, y no se le atribuía ningún mérito. Más tarde se introdujeron los ayunos antes de la
Pascua y de la Ascensión, y su duración variaba según las diferentes localidades. En algunos
lugares no duraba más que cuarenta horas, que correspondían al tiempo que el cuerpo de nuestro
Señor estuvo en el sepulcro. En otros se prolongaba por cuarenta días en conmemoración de los
ayunos de Moisés (Exo. 24:18; 34:28), de Elías (I Reyes 19:8), y del Señor Jesús (Mat. 4:2). Más
tarde algunos obispos aislados señalaron otros ayunos adicionales con el mandato de que el
dinero que así se ahorraba se usara para fines de caridad. Al llegar el siglo sexto el ayuno se
consideró como formando parte de la vida religiosa, y en el octavo llegó a ser una obra meritoria,
y el no guardarlo en los días señalados se consideraba pecado mortal que debía ser confesado y
satisfecho con duras penitencias.
La iglesia romana divide los días del año en tres categorías:
Los grandes ayunos. El primero de éstos se observa durante la cuaresma, que comienza el
miércoles de la séptima semana antes de la Pascua, continúa los cuatro días de la primera semana
de cuaresma y sigue los seis días de las seis semanas siguientes para completar los cuarenta días
prescritos.
Hay otros ayunos en las diversas estaciones del año, en los que se puede hacer una
comida al mediodía, pero en la mañana y en la noche se debe comer muy poco, sin carne. En
algunos lugares están prohibidos los huevos, la lecha y el queso, pero en otros, no. No debe pasar
comida por los labios después de la media noche del día antes de tomarse la Santa Comunión.
Esta norma se ha modificado recientemente por decreto papal en favor de los enfermos.
Los ayunos menores. Estos comprenden los domingos de la cuaresma, los tres días que preceden
a la Ascensión, y todos los viernes del ano, menos los de la cuaresma. En estos días se permite
tener tres comidas, pero se ha de comer pescado, no carne.
Los días ordinarios, en los que la gente puede comer lo que se le antoje. En apoyo del
ayuno se citan las palabras de nuestro Señor en Lucas 5:35, pero por poco que se estudie este
pasaje se verá que no son estas palabras aplicables al ayuno que Roma prescribe.
“Empero vendrán días cuando el esposo les será quitado: entonces ayunarán en aquellos
días.”
Los fariseos le habían preguntado por qué no ayunaban sus discípulos, como lo hacían los
discípulos de ellos y los de Juan, y les contesta con la ilustración de los amigos del esposo, que
se gozan cuando el esposo está con ellos en las bodas. El era el esposo, y sus discípulos eran sus
amigos. “Empero, les dijo, “vendrán días cuando el esposo les será quitado: entonces ayunarán
en aquellos días.” Con esto se refería a su propia muerte.
Poco antes de morir dijo a sus discípulos en el aposento alto:
“Vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará: empero aunque vosotros
estaréis tristes, vuestra tristeza se tornará en gozo.... Vosotros ahora ciertamente tenéis tristeza;
mas otra vez os veré, y se gozará vuestro corazón, y nadie quitará de vosotros vuestro gozo“
(Juan 16:20-22).
El llanto tuvo su lugar en la crucifixión, pero el gozo que nadie les podría quitar comenzó
para ellos cuando él resucitó de los muertos, como leemos en Juan 20:20: “Los discípulos se
gozaron viendo al Señor.” La nota saliente de la vida cristiana no es la tristeza, sino el gozo; no
el ayuno, sino la alegría.
El ayuno no fue tampoco prescrito en el Antiguo Testamento, aunque en el día de la
expiación se les dijo: “Afligiréis vuestras almas“ (Lev. 16:29), porque en ese día del año
recordaban sus pecados y los confesaban ante Dios. El ayuno tiene su lugar en relación con la
oración, cuando en tiempos de especial necesidad nos humillamos ante Dios. Esto se observó en
muchas ocasiones, pero nunca se ordenó como una práctica regular religiosa.
En tiempo de Samuel, el pueblo de Israel se “lamentaba en pos de Jehová,“ después de
haberse apartado de él, “y juntándose en Mizpa, sacaron agua, y derramáronla delante de Jehová,
y ayunaron aquel aia, y dijeron allí: Contra Jehová hemos pecado“ (1Sam. 7:6). El rey de Nínive
mandó que su pueblo ayunase y gritase fuertemente a Dios, por si Dios apartaba de ellos su ira.
Pero ellos también tuvieron que convertirse de su mal camino, y de la rapiña que había en sus
manos (Jonás 3:7, 8). Dios apartó su ira de ellos, pero lo que hizo posible esto fue su
arrepentimiento, del que eran indicio el saco y el ayuno. Dos veces encontramos a Daniel orando
y ayunando (Dan. 9:3-7; 10:1-3). Ester también ayunó, e invitó a sus paisanos que lo hicieran,
cuando sus vidas estaban en peligro, y Dios oyó su lamento (Esther 4:16). También lo hizo
Esdras, cuando tuvo que hacer frente al largo y peligroso camino que tuvo que hacer de
Babilonia a Jerusalén (Esdras 8:21-23), y Nehemías, cuando le informaron del estado ruinoso en
que estaba Jerusalén, y quiso volver a ella para reedificarla (Nehemías 1:4).
El Señor Jesús no señaló día alguno de ayuno a su pueblo en los tiempos del Nuevo
Testamento, pero encontramos a Pablo ayunando dos veces: una juntamente con los otros
hermanos que estaban al frente de la iglesia de Antioquia, sintiendo sin duda en su corazón el
peso del estado de perdición en que se hallaba el mundo que los rodeaba, cuando Dios envió a
dos de entre ellos, Pablo y Bernabé, a emprender el primer gran viaje misionero y otra vez
cuando estaba en peligro durante la tormenta que les cogió en su viaje a Roma (Hechos 13:1-3;
14:23 y 27:21). En todos estos casos el ayuno se observó espontáneamente en caso de profunda
necesidad. Estos ayunos que no fueron mandados, fueron aceptos al Señor, no como obras
meritorias, sino como la expresión de un ardiente deseo.
Los judíos de los últimos tiempos del antiguo Testamento designaron días regulares para
el ayuno en los meses cuarto, quinto, séptimo y décimo, en conmemoración de desastres
nacionales, y así los guardaron durante setenta años (Zacarías 7:5), y se maravillaron de que Dios
no les diera respuesta alguna. Pero en realidad Dios les dio la respuesta por boca del profeta:
“¿Habéis ayunado para mí? . . . Así habló Jehová de los ejércitos diciendo: Juzgad juicio
verdadero, y haced misericordia y piedad cada cual con su hermano: no agravéis a la viuda, ni al
huérfano, ni al extranjero, ni al pobre; ni ninguno piense mal en su corazón contra su hermano“
(Zacarías 7:5, 9, 10). Esto no fue más que la repetición de las palabras de Dios por Isaías años
antes (Isaías 58:3-7), de las que ellos no habían hecho caso, y todos sus ayunos habían sido en
vano.
Lo mismo aconteció en tiempo de nuestro Señor, y él reprendió a los fariseos por su
hipocresía:
“Ellos demudan sus rostros para parecer a los hombres que ayunan: de cierto os digo, que ya
tienen su pago” (Mat. 6:16).
Buscaban el aplauso de los hombres, y lo consiguieron; pero eso fue todo. El ayuno no es
algo que se impone de fuera por la autoridad de la iglesia, sino algo que procede de dentro. No
vale para nada si no es la expresión del odio al pecado y del deseo de obtener la gracia de Dios.
¿Por qué puede haber pecado en comer carne y no en comer pescado? “Todo lo que Dios
crió es bueno, y nada hay que desechar, tomándose con hacimiento de gracias: porque por la
palabra de Dios y por la oración es santificado” (1 Tim. 4:4,5) .
En el versículo anterior el apóstol dice que es doctrina de diablos el “mandar abstenerse
de las viandas que Dios crió para que con hacimiento de gracias participasen de ellas los fieles, y
los que han conocido la verdad.”
No estará de más recordar las palabras del apóstol en Col. 2:20-23:
“Si sois muertos con Cristo cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué como si
vivieseis al mundo, os sometéis a ordenanzas, tales como, No manejes, ni gustes, ni aun toques,
(las cuales cosas son todas para destrucción en el uso mismo), en conformidad a mandamientos y
doctrinas de hombres? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto
voluntario, y humildad, y en duro trato del cuerpo; no en alguna honra para el saciar de la carne.”
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no volváis otra vez a
ser presos en el yugo de servidumbre.”

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